domingo, 7 de febrero de 2010

Malabarista


Era un malabarista torpe, de esos a los que siempre se le caen las mazas. Muchas veces pasaba de ser el admirado rey de los equilibrios, a ser el bufón patoso de la corte.
Tenia la sensación de que por mucho que se esforzase, siempre acabarían escapándosele las cosas de las manos.
Sentado en un rincón, lloraba al pensar que jamás conseguiría un aplauso unánime. Enfrentarse a la pista hoy, se le hacía más difícil que ayer.
El maestro de ceremonias le repetía una y otra vez, que se fijase más en como hacía las cosas, que era torpe y no podía fastidiar a sus compañeros por su falta de perfeccionismo con las mazas. Cómo vas a ser malabarista si no puedes hacer volar las cosas sin que se caigan y se rompan?
Se sentía fracasado, incapaz y sin fuerzas de intentar contentar a sus compañeros, para que no se rieran de él, para que no le riñeran más, pero por más que lo intentaba, sus torpes manos no aprendían la lección.
Las golpeó fuertemente contra la pared. Repitió el mismo gesto una y otra vez, cada vez más fuerte, con mas rabia, cerrando los puños y dejando que la sangre resbalara de sus manos. Golpeaba y golpeaba, llorando sin parar, hasta que le fallaron las fuerzas y el dolor le nubló la visión.
Se dejo caer en el suelo sollozando, sintiendo el palpitar de su pulso en las heridas de sus magulladas manos. Hizo el esfuerzo de llevarlas frente a sus ojos y observó aquel amasijo de sangre, tierra y carne en que se habían convertido. Sonrió, se levantó y caminó dirigiéndose hacia la pista.
Se situó en el centro ante la mirada atónita de sus compañeros, elevó las manos y las mostró.
Gritaron aterrorizados ante aquella imagen, gestos de horror y pavor en sus rostros. Sonrió, miró sus caras y sonrió. Por fin dejaría de ser el torpe bufón del reino.
Se echó a reir con ganas porque, por una vez, se sintió en paz.

1 comentario:

Unknown dijo...

“El que quiere puede” Aunque yo creo que el malabarista más que torpe es un distraido. Una historia interesante. Saludos saludetes