lunes, 4 de mayo de 2009

Azul de verano


Parecía una tarde de esas de julio, con el sol quemando el asfalto, las calles vacias de gente, silencio, gotas de sudor resbalando por la espalda, y ni una brizna de viento que moviese el aire...
Decidimos alejarnos de la ciudad, y acercarnos al sol, al cielo, alargar las manos para poder llenarnos de verano. Subimos a lo alto de un monte cercano, desprovisto de arboles, pero lleno de verdes prados. Aparcamos el coche y continuamos el ultimo ascenso a pie, hasta llegar a un pequeño claro entre los desniveles de la montaña. Allí colocamos una mantita en la que descansar. Me quité los zapatos y dejé que mis pies se acostumbraran al tacto de la verde hierba. Esa sensación que te llena de vacaciones estivales, la alfombra natural, el calor, el azul intenso, el sonido de los grillos, la falta de movimiento...
Me tumbé mirando al cielo. No había nada que interrumpiera mi visión de la inmensidad añil, oia el zumbido de las abejas recolectando a mi alrededor, los grillos como orquesta sinfónica y el sol tostando mi piel.
Decidiste poner música a aquel dibujo veraniego, sonó una canción perfecta para el momento, te tumbaste a mi lado y me acompañaste en el silencio. Notaba el calor añadido de tu cercanía y en vez de separarme para dejar que el aire me refrescara, sólo me apetecía pegarme más a ti. Masoquismo de verano. Ganas de extasiarse de calor...
Pintamos de color azul todo lo que nos rodeaba, la hierba, las flores, las rocas, nuestros cuerpos... y el futuro que imaginamos juntos. Azul, mi siempre azul.

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